Alguien podría citar a Jefferson para
responder en abstracto al título de esta nota repitiendo la famosa frase
Lo curioso es que cualquiera podría
pensar que se lo denunciaría por algún tipo de atentado a la intimidad o al
honor. Pues no, la denuncia es por violencia de género. Y para peor, el
activismo judicial falló en contra del derecho humano fundamental a decir lo
que se piensa libremente, en tanto y en cuanto no se afecten otros derechos
Lo que sucede es evidente: se está definiendo en este momento cuál es el
precio a pagar por ser libre en nuestro país.
Es que en algo tenían razón quienes
militaban la legalización del aborto y es que la gente no iba a salir en manada
a abortar de un día para otro. Esto se promueve o se desincentiva a través de
la cultura.
Está a la vista que no aceptan que
aquellos que militamos en primera persona la defensa de la vida tanto de las
mujeres como de los niños no vayamos a quedarnos callados.
Puede ser que hayan aprobado una ley nefasta que se llevó casi 33.000
vidas en 2021 por vía "legal" pero a la campaña por el aborto legal
le asombra que sean tan pocos.
En un combate limpio, cada uno
batallaría en el persona a persona, en la opinión pública, en los referentes
culturales e intelectuales. Sin embargo, la cancha está embarrada.
¿Acaso no están orgullosos de que las mujeres "ejerzan su derecho a
la salud" y ser protagonistas de eso? ¿Por qué necesitan el anonimato?
¿Acaso los médicos prochoice no
Quizás, aventuramos una hipótesis,
porque no existe ni existió tal consenso social respecto al aborto. Fue una
decisión porteñocéntrica y elitista. Un rejunte de intereses que nada tienen
que ver con la agenda de la Argentina federal. Por eso como no logran por las
buenas que la gente acepte el aborto como práctica habitual, lo quieren lograr
por las malas anulando del debate público a una gran parte de la sociedad.
La libertad de expresión no es una abstracción, es un ejercicio concreto.
Hoy Andrés Suriani está pagando con su libertad el precio de decir la verdad.
No hay una condena por difamación. No dijo mentiras ni expuso intimidades. No
reveló historias clínicas de pacientes. No cometió ningún delito más que pensar
distinto al establishment político, cultural y, ahora también, judicial.
Así que respondiendo a la pregunta
inicial, la eterna vigilancia necesita voces concretas. A la guillotina
robespierreana del discurso oficial y lo políticamente correcto se le tiene que
empezar a complicar un poco. Si somos algunos, quizás salvemos algunas
gargantas. Pero si somos muchos, esa guillotina debe ser destruida para
siempre. La libertad de pensar no les tiene que pertenecer y eso depende de
voces críticas y disidentes. El monopolio de lo políticamente
correcto avanzará hasta donde la sociedad lo deje. Preguntémonos entonces
¿Cuánto vale nuestra libertad? De esa respuesta depende mucho más que un
pañuelo, dependen las reglas de juego según las cuales queremos vivir.
(*) Camila Duró es militante provida, perteneciente al Frente Joven
Artículo publicado en el diario La Prensa (19-5-22)

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