A partir de la asunción del flamante presidente de la Argentina, Javier Milei, y sus primeras medidas de gobierno, hay voces que, por distintas razones, pretenden torcer, mitigar, o cambiar algunas o todas las directrices de su gobierno.
En medio del enmarañado juego de palabras y chicanas entre defensores a ultranza del líder liberal y los opositores que ven en la derecha todo lo que está mal, se yergue una expresión presidencial que también ha atraído tantos adherentes como detractores. Si una promesa quedó clara por parte de Milei, fue que vamos a sufrir en los primeros tiempos para alcanzar bienestar o, como expresó en sentido figurado, "ver la luz al final del camino".
Ante esa teoría, quienes desestiman esta idea se fundamentan en el análisis de un filósofo moderno que afirma que eso "nunca pasó", y quienes la recibieron como una realidad ineludible, hacen su basamento en diversas premisas bíblicas que garantizan un camino difícil para llegar al objetivo deseado.
Está claro que, a escasos treinta días de haber asumido el gobierno argentino, no se pueden hacer evaluaciones serias y categóricas, ni a favor ni en contra, de la gestión de Milei. Pero sí, vale la pena detenerse en algunas señales de estos primeros días, que pueden marcar el camino de lo que vendrá.
Por caso, "sufrir para luego gozar", algo que implícitamente dijo Milei, palabras más, palabras menos, respecto a que necesariamente deberemos vivir tiempos de ajuste y de ciertas privaciones, consecuencia de la realidad económica que venimos acarreando como país desde hace varios años. Podremos decir "¿qué culpa tenemos nosotros por las malas decisiones tomadas por esos gobiernos?". Pero debemos tener en cuenta que los mandatarios están allí porque nosotros los pusimos con nuestro voto. Dicho esto, sabemos bien que cuando no somos buenos administradores de los recursos que tenemos, cuando gastamos más de lo que ganamos, cuando pedimos plata prestada ante el primer apuro, cuando usamos la tarjeta de crédito para patear la deuda... no hay que ser muy lúcido para entender que, en algún momento, hay que saldar todas esas cuentas y hacer ciertos sacrificios para lograr que los números se normalicen. En un país pasa lo mismo. ¿Cuánto tiempo llevará? No lo sabemos, pero sí sabemos que no será de la noche a la mañana. Porque 20 años de desidia no se solucionan en 30 días de mandato.
Por otra parte, al lógico ajuste y sacrificio que las matemáticas nos pide para poder empardar el debe y el haber, hay una cuestión conceptual que un sector de la población está tirando por tierra esgrimiendo todo tipo de excusas para no responsabilizarse por las malas decisiones tomadas. Circula por las redes una frase de un filósofo esloveno con cara de pocos amigos, que dice algo así como que "no hay que confiar en quien te promete sufrimiento para después tener felicidad, porque eso nunca pasó". Más allá de ser una falacia (podemos citar algunas transformaciones de países que han salido del populismo con sangre, sudor y lágrimas para tener, en la actualidad, un buen pasar social y con una economía estable), lo que preocupa es que, por tener cierta antipatía con el actual gobierno, se arroje por la borda uno de los conceptos emergentes de Jesús sólo por congraciarnos con una ideología política. ("En el mundo tendrán aflicciones, pero no tengan miedo, porque yo he vencido al mundo", fue la expresión de Jesús citada en Juan 16:33).
Otro texto al que podemos remitirnos para sostener la idea de que el sufrimiento es parte del proceso para llegar al objetivo, es aquel salmo que dice que "los que siembran con lágrimas, con alegría cosecharán" (Salmos 126:5). Versículo con el que romantizamos bastante, pero a la hora de aplicarlo, pareciera que queremos buscar un atajo para esquivarlo.
Caso emblemático es el del pueblo de Israel. Todos conocemos la historia, pero a veces da la sensación de que se toma sólo como un cuento para los alumnos de la escuela bíblica, y no para entender que toda acción tiene su consecuencia, que cada decisión que tomamos tiene su efecto, que el sufrimiento es parte del proceso por el cual tenemos que pasar necesariamente para llegar al puerto deseado.
No quisiera caer en la comparación fácil, pero el paralelismo es inevitable. Siendo esclavos de los egipcios, los israelitas, de alguna manera se acomodaron a esa manera de vivir, donde tenían garantizado el techo y la comida, pero no había posibilidad de aspirar a algo más que eso. La tiranía del Faraón estuvo disfrazada de ese Estado benefactor y paternalista que decidía por la gente. Y los esclavos se habían acostumbrado tanto que ya no les parecía tan mala la esclavitud, dado que tenían garantizado lo mínimo indispensable para poder vivir. Esa misma tiranía, al ver que, no obstante, el pueblo de Israel continuaba con sus rituales, le entorpeció la tarea al no darles la paja para la cocción de los ladrillos, y de ese modo, debían ocupar más tiempo de trabajo diario, lo cual los hacía llegar cansados a sus hogares y así evitar que hagan culto a Dios. Algo similar a lo que ocurre cuando los gobiernos populistas viven poniendo palos en la rueda al avance personal de los ciudadanos (impuestos, miles de trámites innecesarios para encarar un negocio, más impuestos, decenas de permisos para poder vender algo, aumento de impuestos, imposibilidad de expandir libremente un emprendimiento hacia el exterior, más impuestos, etc.). Estos finalmente terminan ocupando su poco tiempo de ocio ideando tareas que les puedan generar un mayor ingreso para cubrir todas esas burocracias, y descuidando las cosas esenciales de la vida, como lo son la familia y, fundamentalmente, la relación con Dios.
Cuando Moisés propuso al pueblo de Israel su liberación, se encontró con la resistencia obvia del Faraón, pero lo más curioso fue que ni siquiera lo escuchaban los propios israelitas. Según relata el libro de Éxodo, fue porque "estaban con congoja de espíritu" (Éxodo 6:9). Fue tal la opresión que ni siquiera les hacía efecto el hecho de que alguien fuera a decirles que los iba a liberar de ese yugo. ¿Cómo se puede ser indiferente a alguien que te dice que vas a ser libre? Finalmente, luego de tanto luchar contra Faraón y convencer al pueblo de Israel, salieron de Egipto para comenzar el camino de la reconstrucción. No iba a ser fácil, claro está. Fueron 40 años de desierto, de aprendizaje, de más idas y vueltas con Dios, becerro de oro mediante, hasta que llegaron los Mandamientos para ver si, de una vez por todas, el pueblo entendía, de manera básica, 10 puntos que Dios consideraba importantes para que supieran de memoria.
En el medio del pueblo que veía con esperanza la tierra prometida, estaban los ansiosos que nunca faltan, que pretendían llegar a la tierra que fluye leche y miel de la noche a la mañana, vociferando contra Moisés: "¡Al menos en Egipto teníamos la comida y un lugar donde dormir, en cambio aquí nos llenamos de arena y estamos cansados del maná y las codornices!" (Éxodo 16:3). Angustia, desazón, preocupaciones, sufrimiento, muerte... todo eso sucedió en el desierto. Pero el mensaje había sido claro: vamos a llegar a la tierra prometida, donde fluye leche y miel. Se van a acabar las codornices y el maná "de arriba", ahora van a poder trabajar la tierra para producir la leche y la miel (¿o creían que era magia?). El relato bíblico cierra este episodio contando que, de quienes habían salido de la cautividad en Egipto, sólo Josué y Caleb entraron a la tierra prometida, junto a la nueva generación que había nacido en el desierto.
Para evitar cualquier tipo de suspicacias que desvíen la atención sobre el verdadero sentido de este escrito... No estoy poniendo a Milei como un Moisés contemporáneo ni mucho menos comparar la libertad que el patriarca hebreo les prometió al pueblo de Israel con "las ideas de la libertad" que promulga el primer mandatario argentino. No es la idea exaltar a la persona, sino que el foco de atención está puesto en la sociedad, y especialmente en la iglesia, la cual debiera tener en claro que toda acción tiene consecuencia, que el sufrimiento es transitorio pero necesario para llegar al tiempo de bienestar, por más que los filósofos de este tiempo nos digan que "es falso, y que nunca pasó".
Está en nosotros ser como el pueblo de Israel, que pretendía la solución a sus problemas con inmediatez ante la amenaza de que "mejor es como estábamos antes", o como Josué y Caleb, quienes entendieron que ese peregrinar en el desierto era parte del proceso que los depositaría en la tierra prometida.
"Sufrir para después gozar", es parte de lo que Jesús nos aseguró. Desestimar esta premisa es cuestionar sus enseñanzas. ¿Estamos seguros de querer ponernos en esa posición?























