viernes, 30 de diciembre de 2022

Los desafíos que 2023 nos propone para lograr la Argentina que queremos


Todavía dura la efervescencia por el logro obtenido en Qatar. La Copa que se nos venía negando desde 1986, por fin es realidad y por tercera vez, la Argentina, se adueñó del trofeo, al menos hasta el próximo Mundial. Pero, ¿aprendimos algo de este triunfo o solo será un somnífero más que nos impedirá ver la realidad por los próximos cuatro años?


Esta Argentina tan golpeada, donde el dinero no alcanza para cubrir las necesidades básicas de una familia, donde no se puede salir a la calle sin pensar en que tal vez no se regrese y donde los esfuerzos de quienes producen, caen en saco roto al ver que se van siempre hacia el mismo lado, se contrapone a esa otra Argentina, representada por un puñado de atletas que, al menos en su área, dieron una demostración de trabajo, unidad, búsqueda del bien común, esfuerzo, carácter para sobreponerse a las adversidades… Cualquier profesional en el campo de la psicología podría escribir libros inspirados en lo que la Scaloneta hizo durante esos 30 días en el lejano oriente.


El provecho político que se saca de los triunfos deportivos no es nuevo. Basta con remitirse a las épocas de Mussolini o Hitler, para saber que un trofeo o una medalla dorada en los pechos de los representantes deportivos de un país, sirven para fortalecer cualquier régimen totalitario. Porque el deporte es importante en la vida de cualquier país. Puede ponerlo momentáneamente en el mapa, pero el fenómeno mayor sucede en las masas, porque el deporte une y a la vez, adormece. Y en esa unión generada por un triunfo, donde uno se abraza con otro sin conocerlo siquiera, también se crea esa confusión en la que ese con quien me abrazo es el que me está haciendo daño desde el poder. Pero, bueno, ganamos, estamos todos contentos, tuvimos la dosis de morfina cuando los jugadores levantaron la Copa del Mundo, así que, a aguantar el efecto para luego seguir sufriendo.

El párrafo anterior es patético y tuve muchas dudas al escribirlo porque no quería caer en el golpe bajo. Lo sé. Pero no deja de ser real. Vivimos en un país cuyos gobernantes, antes de jugada la Copa del Mundo, ya se habían expresado en cuanto al interés supremo de que Argentina la gane. ¿Acaso no hay problemas más graves que arreglar en el país como para poner la mira en un torneo de fútbol? Es que, se sabe, un triunfo que no se daba desde hace casi cuatro décadas sería un golpe de efecto magnífico de cara al inicio de un año electoral. No por nada desde el Gobierno estaba el desmedido deseo de que los jugadores vayan a la Casa Rosada para “robar” la foto, y ante la negativa, quedaron librados a la buena de Dios en medio de un caos de 5 millones de personas en la calle. No seamos “bobos” (permiso, Messi). El pan y circo actual solo cambió de formato. Antes eran los gladiadores en el Coliseo, hoy son 22 tipos tras una pelota. Antes era un pan, hoy es un plan.

Dicho esto, ¿cómo nos coloca este triunfo frente a la realidad a la que volvimos? Aunque tal vez la pregunta correcta sería si ya volvimos a la realidad o seguimos adormecidos por una victoria futbolera que ya lleva dos semanas, pero de la que seguimos hablando en las redes sociales y en la tele. Todas esas cosas con las que nos llenamos la boca para hablar de la Selección, relacionadas con el esfuerzo, el trabajo, la superación, la meritocracia, etc, ¿serán solo lindas palabras o lo que nos motive e inspire a lograr una Argentina mejor? Tanto desde el día a día que propongamos como ciudadanos como a la hora de votar por gobiernos que realmente persigan estos ideales. 


En lo que a nosotros respecta, construir desde nuestros hogares inculcando a nuestros hijos la cultura del trabajo y del esfuerzo, el valor del estudio, el respeto por las autoridades, la importancia de la higiene, el cuidado por la salud, la fidelidad, la honestidad… sería innumerable la cantidad de valores. Ahora bien, desde nuestra intención de tener gobernantes que estén a la altura de este requerimiento, ¿elegiremos a quien haga prevalecer la cultura del trabajo por sobre la dádiva sin esfuerzo? ¿Optaremos por aquellos que, al menos hoy desde el discurso, propongan reducir el gasto público y generar condiciones para que el trabajador independiente pueda hacer su tarea sin que lo coman los impuestos de antemano? ¿Nos animaremos a votar políticos que aún no están enviciados, por sobre los que ya conocemos y padecemos, que visitan más los tribunales que sus propias casas? ¿O vamos a seguir anestesiados con la frase “mejor malo conocido que bueno por conocer”?

Creo que es hora de hacer de esta epopeya de la Scaloneta un manual en el que se plasme la idea de hogar y de país que queremos. Que los halagos que le propinamos a Scaloni y a los jugadores, no se queden solo ahí. Si los halagamos, es porque estamos reconociendo que algo bien hicieron. Entonces, ¡hagámoslo nosotros también! Ese es el desafío planteado para 2023: un país en serio, que empiece en casa y que se traslade a las urnas. No es tarde para dar el golpe de timón que necesitamos para salir de esta tormenta. Aún hay tiempo. No hagamos que se convierta en la tormenta perfecta.


jueves, 29 de diciembre de 2022

El progresismo, el conservadurismo y la absurda guerra contra los dibujos animados

Hubo un par de episodios, no tan recientes, en esta instalada lucha entre el progresismo recalcitrante que a toda costa quiere imponer lo suyo, y el conservadurismo al que, si bien le tengo simpatía en muchas cosas, hay formas en las que no se diferencia en nada a la cultura que quiere combatir. Así que, vengo meditando y salió este escrito que me hará poner en contra a ambos sectores ideológicos. Como dicen algunos en las redes sociales: “vengan de a uno”.

 

 

Sostener una determinada postura respecto de algunas ideologías que se intentan imponer en la sociedad, no significa que se esté de acuerdo con las metodologías implementadas para “combatir” ese avasallamiento que existe por parte de los sectores que pretenden que el mundo funcione como ellos quieren o sino, serás tildado de intolerante.

Es sabido que los medios de comunicación son una influencia para los seres humanos. Estar expuestos ante la pantalla hace que nos formemos opinión sobre determinados asuntos de la vida cotidiana. Y hay quienes dicen que la gente puede alterar su conducta de acuerdo a la influencia de aquellos programas de televisión, películas o videojuegos que consume diariamente.

Recuerdo un episodio de la famosa serie “La Ley y el Orden”, donde un criminal había quedado absuelto luego que su abogado argumentara que su conducta había sido alterada por haber estado expuesto por años a películas y videojuegos violentos. Absurdo, ¿no? Sin embargo, el extremismo progre y conservador son capaces de declararle la guerra a un dibujo animado porque, según razonan, éstos pueden inducir  a los niños a tener comportamientos que van en contra de sus estándares.

A saber, dos ejemplos que ponen en tela de juicio el accionar de ambos sectores que, según su ideología, validan esta suerte de boicot contra algunas expresiones artísticas que se oponen a sus escalas de valores.

Pepe Le Pew, el acosador serial

Hace un tiempo, el feminismo radical se puso en pie de guerra contra un clásico dibujo animado con el que la mayoría de los adultos hemos crecido, mirando sus caricaturas en televisores en blanco y negro luego de regresar del colegio. Se trata de Pepe Le Pew, un zorrino bastante fastidioso que a toda costa quería robarle un beso a una gata a quien permanentemente confundía con una zorrina. ¿Cuál era el argumento en la búsqueda de censurar al fracasado zorrino que jamás pudo lograr su cometido? Que el zorrino Pepe era un acosador y que es un mensaje que no se puede dar a los niños. Por lo tanto, todo el mundo fue llamado a ejercer la dictatorial medida de la “cancelación”, como se le dice eufemísticamente en estos tiempos al acto de censura.

En la otra vereda tenemos al sector conservador, que emplea armas similares y argumentos idénticos, esta vez, para condenar un beso gay en “Lightyear”, una de las últimas películas de Pixar. El llamado a la conciencia de los padres era “prohibir” a sus hijos ir al cine a ver esta película porque se le está dando un mensaje donde se ve con normalidad el tema del homosexualismo.

Por un lado, la censura que quiere imponer el sector progre a un zorrino acosador, y por el otro, el boicot del sector conservador para que sus hijos no vean una película que hace apología de la homosexualidad a través de una escena que dura 5 segundos. Ambas medidas con un grado de intolerancia extraordinario y un insulto a la inteligencia de los padres, quienes supuestamente debieran actuar por el dictamen de quienes representan, de alguna manera, su pensamiento.

Me surgen varios interrogantes, cuyas respuestas podría tenerlas o podría consultarlas a algún profesional, pero los dejo aquí para que todos reflexionemos. Por otra parte, la pregunta pone en el paredón a los defensores de ambos sectores en pugna, los cuales evidentemente miden con distinta vara, dependiendo si la caricatura en cuestión representa o se opone a sus ideologías. Veamos:

"LightYear" y el famoso beso lésbico

¿Qué tipo de educación, contención y diálogo damos a nuestros hijos si tenemos miedo que miren una serie o una película porque “se van a convertir en acosadores” o “se van a hacer gays”?

¿Realmente creemos que un niño se convertirá en acosador por haber visto a Pepe Le Pew? ¿O se hará homosexual por haber visto un beso entre dos personas del mismo sexo en “Ligthyear”?

Que les ocultemos a nuestros hijos ciertas realidades como la homosexualidad o el acoso, ¿ayudará a que no caigan el día de mañana, de no mediar una educación con valores?

¿Nunca pensamos que la “prohibición” de algo, no produce más que curiosidad y ganas de cruzar esa línea que nos marcaron nuestros referentes con sus advertencias? ¿O que insta a la rebelión y de repente, transgredir esa prohibición me termina convirtiendo en un revolucionario?

Pienso y medito mucho respecto a estas cosas porque tengo dos hijos adolescentes, en plena etapa de desarrollos, cambios, procesos, autoconocimientos, crisis, etc. Y cuando me encuentro con este bombardeo en el que desde una red social me dicen lo que tengo que hacer con ellos, me hace ruido, porque siento alguna semejanza con aquello que tanto critico del sector progre, que hace lo mismo, pero contrariando mis valores éticos y morales. Entonces, así como me molesta que un progresista quiera censurarme porque mi fe le incomoda, también empiezo a sentir esa molestia cuando desde el conservadurismo me piden que no lleve a mi hijo al cine a ver tal o cual película, como si yo, como padre, no supiera qué es lo bueno para él.

Y esto no significa que uno se las sabe todas. Porque si como padres reconocemos nuestras falencias y precisamos ayuda, ¡no vamos a recurrir a Facebook! Claramente, acudiríamos a un profesional que nos oriente sobre qué camino seguir. Y lo haríamos voluntariamente, no porque desde una red social me lo impongan.

No prohibir a un hijo que vea una película con escenas que se oponen a nuestros valores, ¿equivale a incentivar a que la vea? Pienso, si eduqué a mis hijos con ciertos valores, ante el hecho de enfrentarse a un filme del que todo el mundo habla sin  haberlo visto, optaría por dos caminos: primero, la vería y le resultaría indiferente la escena del beso o, segundo, sabiendo que esa peli contiene mensajes contrarios a los valores con que fue educado, ni siquiera se interesaría en verla. Así de simple.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Los haters del fútbol

Cuando el fútbol es solo un medio para obtener un rédito personal o corporativo, no se puede hablar de amor a este deporte. Hace varios años ya, que el fútbol se convirtió en una mercancía de alto valor, que es funcional a todo. Y en esta Argentina devaluada, no es distinto al resto del mundo. Desde el hincha fanático enceguecido, pasando por el periodismo panqueque hasta llegar a la miserable clase política que es capaz de hacer uso de un eventual éxito futbolístico para aplacar un clima adverso, producto de las malas decisiones que dejaron a un país en ruinas.

 

Estamos en la víspera de tocar el cielo con las manos por tercera vez (futbolísticamente hablando, claro está). La posibilidad de que Messi y compañía regresen a la Argentina con la Copa no es descabellada. Argentina y Francia llegan casi cabeza a cabeza a la instancia final. Solo una luz de ventaja para los galos, si de números se trata: 13 goles convertidos contra 12 de Argentina, 5 triunfos y una derrota contra 4 triunfos, 1 empate y una derrota de Argentina, y por si fuera poco, sus dos figuras, Mbappé y Messi, con 5 goles, queriendo llevarse ambos el balón de oro (no olvidarse que pegaditos están Julián Alvarez y Giroud con 4 goles y pueden sorprender).

 

Hinchas… ¿de qué?

En estos tiempos donde todo pasa por las redes sociales, una de las cosas que más pude apreciar en el mundo futbolero, y en especial, lo relacionado con esta Copa del Mundo, es el odio al que hace las cosas bien y, por ende, logra sus metas. Está claro que uno tiene sus jugadores favoritos y se deja obnubilar por todo tipo de acrobacia que éstos hagan en el campo de juego, pero… ¿es razón para defenestrar, criticar mordazmente y hasta ensuciar el buen nombre de los otros futbolistas que, por alguna razón, no me resultan tan simpáticos? Este Mundial nos regaló la posibilidad de ver a las figuras más rutilantes del fútbol, empezando por Messi y Cristiano Ronaldo, a las claras, los dos jugadores más influyentes del mundo, pero también está Mbappé, Neymar, Levandowski, Modric, Suárez… solo faltaron Haaland y Zlatan para completar la constelación. Y pienso, ¿por qué no disfrutamos de este espectáculo en vez de destilar tanto odio hacia Messi, por ejemplo? ¿Qué hizo de malo Messi para que existan grupos de Facebook con cientos de miles de seguidores idólatras de CR7 –muchos de ellos, argentinos- que, más que ensalzar a su figura predilecta, ocupan tiempo y renglones en lanzar un dardo tras otro contra la figura de Lio? Obvio, la culpa no es de CR7 aquí, sino de esos haters del fútbol que, en vez de disfrutar lo que tanto Messi como Cristiano nos regalan en la cancha, se ocupan de denigrar al que, supuestamente, es su enemigo, con las peores bajezas que se pueda imaginar.


Prensa panqueque

A los haters del fútbol se le suma otra tribu, más dañina aún que la anterior, por su influencia y porque, supuestamente, son tipos serios, informados y objetivos: los periodistas deportivos, que, según cómo venga la mano, dan un discurso o cambian de opinión al día siguiente sin sonrojarse. Por supuesto que hay honrosas excepciones, y son esos periodistas deportivos que le hacen honor a la profesión. Varios de medios grandes y muchísimos de medios alternativos, que en la humildad de sus webs, radios y canales locales intentan llevar veracidad a sus oyentes y seguidores.

Cuando Scaloni asumió la dirección técnica de la Selección, pocos creían en él (me incluyo). Pero, habíamos probado tanto, tuvimos a los técnicos más encumbrados, y la realidad es que hace tres décadas que no ganábamos nada importante. Entonces, el tema era esperar, ver qué señales nos daba Lionel (Scaloni) en el ciclo que iniciaba como interino y que, a costa de triunfos y de ese re-enamoramiento del público con la Selección, se fue quedando y ya tiene garantizado su contrato hasta el Mundial 2026 (dicho sea de paso, la mejor acción que hizo Chiqui Tapia desde que ese presidente de la AFA).

Ahora bien, ¿qué decía el periodismo argentino de Scaloni apenas asumió, y cuando se jugaban los primeros partidos bajo su dirección? Hay un lindo compilado que está circulando en Youtube, con extractos de comentarios muy malintencionados de periodistas a los que les queda grande el puesto, aunque son de renombre y larga trayectoria. ¿De qué se van a disfrazar de ahora en más los que han vilipendiado al responsable de dirigir a la Selección? ¿Van a tener la grandeza de decirle a su público que se equivocaron en su apreciación? ¿O seguirán en su tesitura justificando las palabras de ese entonces, como suelen hacer siempre, para no quedar expuestos de que han pronunciado una tropelía?


Cuando un técnico no obtiene los resultados por su mala gestión, suele presentar su renuncia ante quien lo contrató. ¿Podrán hacer eso mismo los periodistas que han ocupado los carísimos minutos de aire en radio y televisión para destruir a Scaloni, solo porque no les gustaba, porque pensaban que al no tener experiencia no iba a servir, o porque, sencillamente, hacían lobby para que otros nombres estuvieran en el banquillo argentino? Y en esto también son responsables los medios que contratan a los representantes de este periodismo amarillo. Si palpan que hay un descontento social contra esta raza devaluada de periodistas de smartphones y redes sociales, ¿por qué no le piden la renuncia, al igual que hace un comerciante cuando su empleado no atiende bien a sus clientes? Solo se me ocurre pensar que los popes de estos grandes medios que están monopolizando las comunicaciones, son iguales. Y estos periodistas (y pseudoperiodistas y ex futbolistas devenidos en periodistas) son funcionales a estas corporaciones que poco saben de medios, aunque mucho de negocios.

 

El mérito es solo de la Scaloneta

Más allá de cualquier resultado que se dé mañana, está claro que Argentina va a festejar igual. Como en el ’90, como en 2014 (aunque ojalá el festejo sea como en el ’78 o el ’86). Por todo lo que significó este ciclo, con Copa América incluida, por esta especie de resurrección de Messi, que a sus 35 años está como el primer día y porque hoy, gracias a Scaloni, ya no tenemos a Messi y 10 más, sino a un equipo + Messi. Ganar la Copa será la frutilla del postre, pero mañana se festeja igual.


Entonces, no quisiera dejar de reflexionar sobre algo que, estoy segurísimo que se dará así: la utilización política y el rédito partidario que querrán sacar quienes aprovecharon este mes de adormecimiento mundialista para seguir llevándose al país por delante.

No quisiera regalarle tantas líneas a este gobierno acabado, que espera un triunfo argentino solo para seguir respirando, pero sí, creo, amerita la advertencia de que no debemos dejar que se siga insultando la inteligencia de la gente, pensando que un logro deportivo puede tapar la corrupción y la peor gestión de gobierno desde que se restauró la democracia en la Argentina. Debemos tener en claro que, ya sea el campeonato como el subcampeonato, será logro único y exclusivo de la Scaloneta. No de la gente, no del periodismo amarillo y mucho menos, del gobierno. Entonces, cuando se cumpla el ritual de la recepción de los jugadores, ojalá el Obelisco, lugar emblemático de los festejos deportivos de la Argentina, sea el centro de esa recepción, y no la Plaza de Mayo.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Bobos




El oportunismo político y mediático para sacar ventaja de todo lo que sucede en Qatar en torno al astro del fútbol mundial, ya es repugnante. Un Gobierno que se desespera porque la Selección traiga la Copa para que la gente siga anestesiada. Un grupo de medios de prensa que, con tal de ensuciar a un gobierno al que no le hace falta ayuda para eso, es capaz de desprestigiar a los mismos deportistas que, de levantar la Copa, estarán el lunes 19 en la portada de esos mismos matutinos cual dioses del Olimpo.

 

 

La reacción de Messi dio para todo. Desde un repentino merchandising que incluyó tazas y remeras que se ofrecían por Mercado Libre con la inscripción de la frase “Qué mirás, bobo” hasta los más ocurrentes memes y melodías, pasando por innumerables espacios en la prensa y minutos valiosos de radio y televisión que había que llenar con algo.

 

Nunca se vio tanto análisis de la Selección Argentina hecho por gente que, en su gran mayoría, es ajena al fútbol. Puntos de vista, deportivos, sociales, humanísticos y hasta políticos, se han vertido en las redes sociales tras cada paso que dio la Selección en este raro mundial de fútbol, y en especial, lo que acontecía alrededor de Lionel Messi. Veré qué sale de todo este enjambre porque se me mezclan un montón de cosas que me vienen a la mente. Trataré de ser ordenado.

 

Odiamos a Messi. Amamos a Messi

Está claro que esta versión 2022 de Messi solo se compara con el de hace algunos años (y algunos técnicos atrás) respecto a su calidad futbolística. Personalmente, soy de los que resistían a Messi en otros tiempos, cuando parecía que no le ponía a la Selección lo mismo que hacía abundar en el Barcelona. Hoy, con sus 35 años, lo estoy disfrutando como nunca antes y aunque no salga campeón con la Selección, lo seguiré bancando. Pero esto que digo es netamente desde una mirada futbolera. La cuestión es que hoy, se ve a antiguos detractores de Lio, endiosándolo por una suerte de exabrupto (vaya ofensa eso de “bobo”) como pretendiendo que por eso, Messi ya se convirtió en el nuevo Maradona, al que no le importaba las consecuencias de sus palabras ni los heridos que dejaba en el camino luego de cada desatino que cometía. Idiotez marca cañón la de los que antes decían que Messi era un pecho frío solo porque no se comportaba como Maradona. ¿De verdad creen que por una calentura en medio de un partido de alto voltaje van a transformar a Messi en un revolucionario? ¿Por qué no lo dejan ser Messi, lo disfrutan y ya?




 Párrafo aparte merecen los que se rasgan las vestiduras por las gastadas de los jugadores argentinos contra los holandeses, como si los naranjas fueran carmelitas descalzas. Si vamos a cuestionar, cuestionemos a todos o banquemos que las cosas del fútbol quedan en la cancha y se terminó el asunto.

 

La política y los medios miserables

Por supuesto, en un mundo tan politizado, no podía faltar esta mirada en torno al 10. Y los medios de comunicación que incomunican han hecho lo suyo.




Siempre tildé de antiperiodismo a uno de los diarios más despreciables que existen actualmente: Página/12 (obviamente, según mi punto de vista y no pretendo que estén todos de acuerdo). Pero creo que hoy puedo sumarle un par de matutinos más a la lista, porque tanto desde La Nación como desde Clarín, se han ocupado de embarrar la imagen de los jugadores de la Selección –particularmente la de Messi- de una manera que solo me deja una lectura: la miserable grieta política. Es sabido que al endeble gobierno que virtualmente está acabado cuando aún falta un año para las elecciones, mal no le vendría que Argentina salga campeón, por esto de la anestesia de la que tanto hago referencia en mis posteos. Al parecer, la secta gobernante cree que si la Selección gana la Copa, el festejo va a durar cuatro años y la gente “boba”, los va a votar solo porque obtuvimos una alegría futbolera. Un insulto a la inteligencia del votante, lo mismo que los medios que son capaces de ensuciar a un grupo de deportistas solo por eclipsar cualquier posibilidad de que un triunfo de Messi y compañía le sirva al Gobierno para sobrevivir en el año que le queda. Miserables. Unos y otros.

 

En el medio, la gente

Siempre, siempre, siempre, en el medio de toda discusión, lo que hay es gente. Y mientras unos pocos se benefician sacando tajada de la división de la sociedad, cualquiera sea la causa, el mayor porcentaje de habitantes de nuestro suelo seguirá viviendo, luego del 18 de diciembre, la misma realidad que nos golpea a todos los argentinos: la falta de trabajo, la pobreza, la indigencia, la inseguridad, la inflación, la corrupción, la injusticia… Que un eventual triunfo deportivo no sea el árbol que tapa el bosque. Ojalá no caigamos en las garras de quienes pretenden anestesiarnos con el moderno circo romano para no ver la realidad que vivimos. No seamos “bobos”.