El peronismo siempre actuó en bloque. Salvo alguna excepción donde la conciencia podría llegar a pesarle un poco a algunos legisladores peronistas (caso aborto, por ejemplo), en casi todas las leyes que se debaten en el Congreso, el peronismo votó de forma unánime de acuerdo a los intereses del partido, que no necesariamente son los intereses del pueblo.
Se podría decir que la
independencia, la libertad de pensamiento, la capacidad de votar acorde a sus
valores o puntos de vista individuales, no es prerrogativa de los legisladores
de este espacio que, más que un partido político, se asemeja a una secta. Y no
lo digo en términos peyorativos, sino en vistas de lo antedicho, donde nadie en
el cuerpo legislativo puede expresarse de manera distinta a la que dicta la
gurú de turno. O si lo hacen, quedarán expuestos a su ira divina.
En la noche del
miércoles 8 de junio, se debatía en la Cámara de Diputados, un sustancial
cambio en el obsoleto sistema de sufragio. El sistema de boleta única era el
centro de la discusión entre un bloque que buscaba transparentar el proceso de
elecciones y otro que, lamentablemente, demostró que pretende seguir con una
modalidad arcaica y llena de elementos facilitadores de corrupción. (Antes que
nada, no estoy queriendo decir que la oposición sea transparente. Es evidente
que la idea que proponen es sana para la democracia, pero como todo es
política, se cae de maduro que pusieron en el tapete esta discusión porque
saben bien que la mayoría de los argentinos queremos más transparencia en esto.
Ergo: este debate es una movida política más que una sana intención de mejorar
el sistema electoral).
A diferencia de muchos
opinadores de las redes sociales, no soy un colegiado constitucionalista como
para opinar como tal, pero sí soy un votante que contempla, cada dos años, los
vicios de una forma de votar que ya pide cambio hace rato. Así que mi opinión
va como la del ciudadano común que cumple su deber cívico.
Todos estamos de acuerdo
en que el sistema de Boleta Única hace que una jornada electoral se vea con
mayor transparencia; no hay demasiadas discusiones al respecto entre la gente
de a pie. Pero también hay otras bondades que nos regala esta forma de votar. A
saber:
-Facilita que el
votante identifique bien el candidato que quiere votar, marcando sencillamente
con una cruz el casillero de su elección.
-En el caso del cuerpo
legislativo, se acabarían las listas sábanas que tanto criticamos por estar
viciada de nombres poco idóneos para la función, pero como están ubicados en el
5to, 8vo o 13er lugar de la lista de mi partido favorito, le pongo mi voto a un
perfecto desconocido que, tal vez, tenga prontuario en vez de currículum.
-Los candidatos a esos
puestos que, muchas veces son testimoniales, se verían obligados a levantar su
perfil para que los potenciales votantes tomemos debida nota a la hora de
votarlos… o no.
-Ni hablar de la
considerable disminución del costo de las elecciones, que se va, mayormente, en
la descomunal impresión de millones de boletas cuyo 70% tienen como destino un
cesto de basura o, a lo mejor, una parrilla que necesita papel para ayudar a
prender el fuego (siempre y cuando haya un asado que poner allí). Hagan
cálculos, si se presentan 6 partidos a elecciones, como la última vez, en lugar
de imprimir 34 millones de boletas de cada partido (tal el número de votantes
de las últimas elecciones), lo cual totalizaría más de 200 millones de boletas,
se imprimirían solo 34 millones de boletas que contengan las caritas de los 6
candidatos, uno de los cuales tendrá nuestra crucecita. Hagan el mismo cálculo,
pero en pesos. No les alcanzaría el visor de la calculadora de tantos ceros.
-De rebote, hasta se
le haría un bien a la ecología, dado que se reduciría considerablemente el uso
de papel.
-Tendríamos una ciudad
más limpia, porque casi no habría posibilidad de ver boletas tiradas en el
piso.
-Los partidos
minoritarios se verían en condiciones más equitativas, dado que no peligraría
la falta de boletas. De este modo, el candidato del partido mayoritario se
vería en la misma cantidad de boletas que el candidato del partido de menor
caudal de votos.
-Las alianzas que
tejen algunos partidos chicos, tampoco se vería en peligro, como pasó en
elecciones recientes, en las que se contabilizaban votos municipales pero no el
voto provincial o nacional del partido al que las agrupaciones comunales
apoyaban.
-El votante tendría la
libertad de votar a quién quiere, y no a quien el partido le imponga en una
lista sábana. Se acabarían las negociaciones turbias de personajes que transan
con partidos políticos a cambio de un lugar en un Concejo Deliberante, por
ejemplo.
Hecha esta incompleta enumeración
de cosas favorables para la transparencia del sistema electoral, -algo que
todos los argentinos de bien queremos-, ¿cómo es posible que la totalidad de
los diputados peronistas haya votado en contra? ¿Hasta cuándo los argentinos
vamos a hacer la vista gorda cuando el peronismo, a cada paso, da sobradas muestras
de que lo único que le interesa es el poder por el poder en sí mismo, para
lograr riquezas e impunidad? Y que no les interesa nada que ponga en riesgo su
continuidad allí, donde sus representantes están atornillados, ya sea en una
banca comunal, en el Congreso, en la municipalidad o en la mismísima Casa
Rosada.
Salvo algún que otro
detalle o ajuste, la boleta única es lo mejor que le puede pasar al sistema
electoral para ser más transparente, económico, funcional y ágil. Pero… el
peronismo le vota en contra. Todo el peronismo. Porque ningún legislador tiene
bien puestas sus agallas como para pensar lo contrario y votar en consecuencia.
Son cómplices o cobardes. Una de dos.
Párrafo aparte merecen
los legisladores de la siempre improductiva e inútil izquierda, que se
abstuvieron por no darle el gusto a la oposición, pero tampoco quedar pegados
al oficialismo nefasto que rechaza todo tipo de acción que genere transparencia
y honestidad. La izquierda está siempre en contra de todo y de todos, y a favor
de nadie, ni siquiera de ella misma, dado que un sistema así pondría en
igualdad de condiciones a los partidos minoritarios como los que la izquierda representan.
Pero, bueno, no se les puede pedir lucidez a los impulsores de las ideas más
inverosímiles e inviables que existan.
Por último, y para que
no nos ilusionemos demasiado con que se apruebe este proyecto. En el Senado,
difícilmente lo aprueben, pero de ser así, quien hace de presidente, ahí sí,
impondrá su autoridad para vetar la ley. Ya lo dejó entrever en un par de
declaraciones. Por supuesto, nada que atente contra los intereses del
oficialismo debería avanzar. Nada que logre transparencia y credibilidad en el
pueblo debiera concretarse. Ningún argumento que sirva, a futuro, para fortalecer
las instituciones, podría prosperar. Si no, esto no sería peronismo.


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