¿Es el caso de una maestra barilochense? ¿Es, tal vez, un caso aislado de una escuela rionegrina? ¿Es un muestreo de parte la comunidad educativa? ¿O es un sistema viciado que ya no da para más?
O nos
hacemos cargo de nuestras decisiones (educar desde casa con valores para que nuestros
hijos vayan a la escuela con interés de adquirir otros conocimientos, hacer que
nuestros hijos se espejen en ejemplos valederos de trabajo, superación y deseos
de engrandecer la Patria, hablar con ellos sobre lo que quieren hacer de sus
vidas en el futuro, votar gobiernos que hagan de la educación una prioridad y
no un foco más de ideologización, etc.) o seguimos siendo cómplices de un sistema
de valores alicaído. De nosotros depende.
La
siguiente, es una transcripción de una catarsis realizada por una docente rionegrina
con tres décadas de experiencia, quien desde sus redes sociales escribió algo
que no pasó inadvertido y que fue levantado por varios medios locales. Este es
solo un intento de expandir un poco el pensamiento de esta maestra que,
seguramente, no es la única que padece algo así.
Catarsis
"No quiero hacer nada, profe. No quiero leer ni aprender nada. No me
interesa su clase".
"Ni se gaste en llamar a mis viejos, no van a venir".
"No tengo idea qué pidió, profe".
"No tengo hojas ni birome. No puedo copiar".
Me cansé de formar parte del sistema educativo rionegrino, argentino. Me
cansé de ser funcional a un sistema que promueve la defensa de la mediocridad,
del no saber, de mantener a jóvenes que no estudian, de egresar a jóvenes a
quienes no se les ha enseñado más que a "zafar".
Me cansé de ser maltratada por muchos jóvenes desde su desgano, su apatía,
su abulia, sus palabras groseras, su lenguaje sexista y plagado de vocablos
soeces. Me duele su desinterés. Me anula su soledad. Me quiebra el alma tanta
falta de un adulto que acompañe al niño a crecer.
Me cansé. Me harté. No es culpa de los jóvenes su desinterés ni la falta de
compromiso. Los adultos nos hemos estado ocupando en querer ser "for ever
young" en vez de criar con amor, compromiso social, empatía a nuestros
hijos. El Ministerio de Educación dejó de cuidar el conocimiento hace tiempo;
maquilla el rostro de la ignorancia. Tenemos mucho Face y poco Book.
Las aulas son el reflejo de nuestra sociedad. Las conductas de egoísmo,
crueldad, irresponsabilidad de los individuos se ven a diario y son avaladas
por Resoluciones Ministeriales que solo buscan mantener la matrícula con el fin
de contar con muchos egresados mintiendo (nos) al Estado. Los egresados del
Nivel Medio poseen escasos conocimientos. Muchos maestros, también.
Mi emoción es la pena de unos cuantos colegas más. Mal de muchos, consuelo
de tontos. Soy tonta. Muy tonta.
Hasta hace poco creía en el corazón del hombre, en que la revolución
empezaba en el aula. Pero nos quedamos en la discusión boba, en opinar si
ponemos o no la "e" para incluir, en decir "les pibes" para
tener un discurso progre. Damos pena. No damos clase. Balbuceamos ideas. No
construimos saberes. No revolucionamos nada.
¡Al carajo con tanta estupidez! La enseñanza trascendente, el poder social,
el cambio óptimo para ser debe comenzar por el hacernos cargo de criar con
seriedad y compromiso humano a los hijos que hemos engendrado. ¿Hasta cuándo
vamos a seguir aceptando que un joven tenga autoridad sobre su padre, madre,
maestra? ¿Cuándo perdimos el rumbo? ¿Cuándo dejamos de amar a nuestros hijos
para permitirles que "hagan lo que quieran"? ¿Por qué la escuela
acepta también ese juego macabro de cambio de rol y de poder? ¿Por qué nos
cuesta aceptar y poner límites? El nihilismo ha triunfado con un martillo que
ha destrozado todo pero que no sirve para construir un superhombre empoderado
en valores altruistas. Al maestro se le pide ser ese ser capaz de resolver,
aceptar, crear, recrear al joven, dotarlo de elogios sin exigirles nada. El
maestro vive dentro del caos.
Me cansé, dije. Estoy muy cansada. Muy molesta. Muy triste. Muy enojada.
Muy indefensa. Cierren la puerta del aula y la de esta sociedad inhumana,
vacua, innoble, creadora de necios y mentirosos.
No quiero regresar hoy al aula, ni mañana, ni pasado mañana. No tengo a qué
regresar. Llévenme al loquero. Déjenme ahí. No puedo regresar a aquel sitio que
amé porque ya no existe. No sé más ser lo que fui, maestra.
Ángeles Rivas



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