La partida de Ulises genera conmoción. No era uno más, claramente. Ser el frontman de la banda cristiana de rock más popular de la Argentina, tiene su efecto.
Y en estas horas, en
las que nos toca despedirlo, cuesta escribir cada palabra. Porque no se trata
sólo de un prócer de la música, de quien uno pudiera lucirse con una
necrológica de antología. Ulises fue uno más en el ambiente y su vida siempre
estuvo llena de gestos que iban más allá de lo que podía hacer arriba de un
escenario.
Por eso, hoy me corro
de mi profesión. Me va a costar mucho hacer un racconto de su carrera, escribir
hitos de su vida musical o rememorar viejos shows e innumerables ruedas de
prensa de Rescate a los que he asistido. Así que me detendré en tres gestos personales
con los que prefiero recordarlo.
El primero, allá por
1991, cuando no teníamos celulares que pudieran documentar cada cosa que uno
hacía. Mientras yo daba mis primeros pasos en la radio, con un programa de
trasnoche los días viernes, Ulises daba, también, sus primeros pasos en la música.
Con Rescate venía trabajando en los detalles finales de “Puentes para madurar”,
y el flaco se cruzó el mapa, desde su San Nicolás natal hasta Temperley, para
hablar de su inminente disco. Fue una noche divertida, que compartimos también
con Marcelo Mollo. Y fue el inicio de un lindo idilio música-medios. Cada
recital de Rescate significaba una nueva cita que podía ser largos minutos de
charla o un simple abrazo de “hola y chau” a las apuradas.
El segundo tuvo lugar
en una plaza de Lomas de Zamora, año 2009. Rescate estaba en plena promoción
del disco “Arriba!”, en cuya canción “Globos”, hacía mención de un episodio con
su hija Agustina. Imagínense, cuando mi hija –también llamada Agustina- la
escuchó, comenzó a tararear el estribillo. Esa noche, minutos antes de subirse
al escenario, alzó en brazos a mi entonces pequeña hijita y la invitó a cantar
con la banda para cuando tocaran esa canción. Algo que no pudo ser porque para
ese momento, Agus ya estaba dormida en mis brazos mientras desde la tarima se escuchaba
“La tarde está divina, jugar con Agustina…”.
Y el tercer gesto, lo
menciono con mucho respeto y temor, ya que no quiero quedar en el centro de la
escena, pareciendo autorreferencial. Y lo destaco porque tiene que ver con la
forma en que Ulises ejerció su honra para con este servidor, haciendo cosas
innecesarias, que a uno lo hacían sentir bien, pero entiendo que eran cosas que
salían de su corazón. Tal vez era respeto, tal vez camaradería, no lo sé, y
realmente, no me interesa saberlo, porque lo que hoy me llevo son esos
inolvidables gestos. Como cuando fue el primero en lanzarse a escribir uno de
los capítulos de mi libro, aun cuando éste era un proyecto y pocos querían
jugarse a participar en algo que no se sabía si tendría futuro. O cuando se le
ocurrían locuras como en aquella firma de discos donde, en complicidad con el
resto de la banda, me alzaron en andas para gastarme una broma. O el que
mencioné un párrafo más arriba, con mi hija. Cositas que uno se lleva en el
corazón y que, en lo personal, claro está, superan la enorme colección de
canciones que nos dejó como legado.
Hasta siempre, Ulises.




