Tranqui. No me voy a poner
escatológico. Al parecer, el título de Anticristo solo le cabe a quien, ya
sabemos, hará un importante descalabro mundial en el fin de los tiempos. Pero
no voy a hablar de ese tema. Sino de otros anticristos. Porque, más allá del
personaje nefasto que gobernará al mundo por un rato, el de «anticristo» es un
espíritu que opera en una gran parte de la población cuya misión, al parecer,
es oponerse a todo lo que tenga que ver con Dios. Depositando su fe en las
falsedades que el infierno sembró en estos tiempos.
Cuando aparecen todas esas
manifestaciones que, en otro momento, hubiera parecido insólitas, alocadas,
fuera de lugar, la referencia típica es la falta de valores. O a la pérdida de
los mismos. Y en los últimos tiempos, ha habido una serie de «usos y costumbres»
(llamémosle así) que pasaron de ser ilógicos a convertirse en reclamos
populares en nombre de los «derechos conquistados».
Los cambios en la sociedad siempre
generaron disputas hasta que se lograran consensos que permitieran el acceso a
una vida moderna. Ejemplos hay a montones. Desde los avances tecnológicos que
atentaban contra las formas de trabajo habituales en ese entonces, hasta los
cambios en las modalidades educativas, por ejemplo.
El ser humano, por más que tenga esa
inclinación a hurgar en lo desconocido y a ir en la búsqueda de la innovación,
siempre fue reticente a los cambios. Pero finalmente, se supo adaptar a los
mismos.
Ahora bien, hay ciertos cambios que
obedecen a otro tipo de mandatos. En pos de una sociedad moderna, existen
sectores que reclaman como derechos, cosas que suelen atentar a una gran parte
de la población que se rige por preceptos que son, más bien, de orden
espiritual.
Para ir aclarando el tema: si un
avance tecnológico como, por ejemplo, la creación de una máquina expendedora de
boletos de tren, afecta a la persona que hasta ese momento trabajó vendiendo
esos boletos, a la larga, esa persona puede reinventarse laboralmente y
encontrar una salida a la falta de necesidad de una mano de obra humana para
ese sector. Pero distinto es cuando se pretende cambiar órdenes en la vida que
responden a la naturaleza humana o que buscan transgredir reglas sagradas de
quienes contemplan lo espiritual por encima de las demás cuestiones.
No quisiera poner en el tapete el
tema del aborto porque ya está trillado como para ejemplificar con eso. Además,
hay un sinnúmero de otras cosas que bien vale la pena destacar a la hora de
entender que todos estos cambios que se reclaman tienen un trasfondo espiritual
que busca permanentemente estar en contra de Dios. O cualquier cosa que lo
represente.
Es notorio que en todos estos
«reclamos de derechos», lo que siempre se busca es avasallar la fe, la creencia
espiritual, la costumbre cristiana y la institución que la representa, en este
caso, la iglesia. Vayamos a un puñado de ejemplos: El plan de Dios para un
matrimonio es que sea de por vida, contemplando una eventual disolución en
casos extremos o en los que no se halla una solución viable.
Sin embargo, la sociedad pugna por
la ruptura matrimonial por cualquier banalidad, como si cambiar de pareja fuera
lo mismo que cambiar de camisa. Como argumento –o excusa, tal vez–, se alegará
que todo es en nombre del amor, de la felicidad, o de lo que sea. Todo sirve a
la hora de oponerse a lo establecido por Dios.
En esa misma línea, la sociedad
moderna celebra los comportamientos poligámicos como si fuesen un acto heroico,
denigrando y tildando de ridículo a quien ostenta el récord de haber tenido a
una misma mujer con la que comparte el lecho durante toda la vida.
Más o menos en la misma línea está
el hecho de ridiculizar a quien contrae matrimonio, pretendiendo que «sólo se
trata de un papel», evitando así «atarse» al otro. En cambio, estos mismos
sectores buscan que personas del mismo sexo puedan ser casadas por la iglesia
(algo que no está contemplado en ningún credo basado en la Biblia, al menos),
pretendiendo llamar «matrimonio» a algo que, por su naturaleza, no lo es. En
otras palabras, la idea es transgredir cualquier orden de tipo espiritual,
buscando profanar prácticas de esta índole.
Un ejemplo más como para redondear
la idea. Se sabe que abundan los consejos bíblicos para los padres de familia
respecto a la crianza de sus hijos. Sin embargo, esta sociedad moderna pretende
darle a un niño en edad escolar la potestad de elegir con quién vivir, de
hacerse una operación de mal llamado «cambio de sexo» en busca de su identidad
o una adolescente puede abortar sin el consentimiento de sus padres. Sin
embargo, hasta cumplir los 18 años no responden por algún crimen que cometa
porque se lo considera menor.
Podríamos estar largo rato
enumerando ejemplos de los absurdos que esta generación intenta imponer en una
sociedad que, claramente, no piensa de esa forma. Y caeríamos siempre en un
lugar común: estar en contra de Dios, de sus mandatos, de su Iglesia… No
importa qué. Importa oponerse a cualquier cosa de orden espiritual. Es el
espíritu del anticristo del cual habla la Biblia en 1° Juan 4:3. Ese espíritu
que niega a Dios, que no confiesa Su deidad. El que busca oponerse siempre. Ese
espíritu que, tal vez, involuntariamente, está anunciando que Cristo viene
pronto.

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